El tiempo por Tutiempo.net
El tiempo por Tutiempo.net

Adviento tiempo de Penitencia | Por Monseñor Martín Dávila

Vino Juan predicando un bautismo de penitencia para la remisión de los pecados (Lc., III, 3). San Juan cumple su oficio de precursor mostrando el Salvador a los judíos y preparándolos para recibirle. Por eso les predica la penitencia diciendo: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos está cerca” (Mt., III, 2).

Por: Redacción 27 Noviembre 2022 09 42

La Iglesia nos recuerda hoy esta predicación del gran Santo, para excitarnos a hacer también nosotros penitencia, a fin de disponernos para la fiesta de Navidad, y así aprovecharnos más de los inefables beneficios de la venida de Jesús.

Por lo mismo, vamos a considerar en este escrito: 1.- La necesidad de la penitencia; 2.- Su naturaleza; 3.- Sus cualidades.

NECESIDAD DE LA PENITENCIA.

1) Todos nosotros hemos pecado; todos, pues, debemos hacer penitencia, y hacerla hasta la muerte; porque pecando hemos ultrajado la Majestad divina, y Dios tiene el derecho de exigir reparación.

El pecado es un desorden, que no se repara sino con un castigo proporcionado. Es una llaga hecha en el alma. En esta vida ¡cuántos cuidados y penas tenemos que pasar para curar una llaga! Pero, para curar las llagas y heridas del alma, sólo la misericordia divina podrá curarla. Siendo ésta tan grande se extenderá a todo pecado, con tal que de él se haga penitencia: es, pues, la penitencia la que debe conducirnos a la misericordia.

2) Al recibir el bautismo nos obligamos a imitar a Jesús. Ahora bien, Jesús llevó una vida de penitencia y de sufrimiento. También por esta razón estamos obligados a una continua penitencia.

Es por eso que nos dice Nuestro Señor que: “No es es el discípulo más que el maestro” (Mt., X, 24). Con mayor motivo, no se debe de excusar de ello un discípulo culpable, cuando no se excusó el mismo inocente Maestro.

3) Todos nosotros tenemos una tendencia al mal. De ello, nos decía San Pablo: “Veo lo mejor y, sin embargo, sigo lo peor”; y realmente son ciertas éstas palabras, porque muchos de nosotros somos conscientes de la necesidad de la oración y de los sacramentos, pero al contrario nos vence la pereza y la tendencia a ley del menor esfuerzo. Ahora bien, esta tendencia debe combatirse con la penitencia. Sin ella peligra mucho la salvación de nuestra alma.

4) Nuestros pecados, aun los perdonados, nos han dejado una deuda que pagar, o en este mundo, o en el otro. Paguémosla ahora, para estar dispensados de hacerlo después más dolorosamente. Es por eso que dice Nuestro Señor que: “Si no hiciereis penitencia, todos pereceréis” (Lc., XIII, 5).

Este precepto es rigoroso y formal. Pero, ¡ah!, ¡cómo se olvida y se desconoce! ¡Cuántos cristianos no hacen penitencia alguna! ¡Y cuántos sólo hacen falsas penitencias!

NATURALEZA DE LA PENITENCIA.

1) Consiste primero en dolerse sinceramente, con verdadero arrepentimiento, de haber ofendido a Dios. Si el corazón no está contrito y humillado, no hay verdadera penitencia.

Pidamos, pues, a Dios esta contrición, porque es una gracia del Espíritu Santo; y para excitarnos a ella, debemos considerar con frecuencia la gravedad del pecado y sus consecuencias tan funestas. Ya que con un sólo pecado se pierde el alma, el cielo y con ello la felicidad inmensa que conlleva la visión beatifica o sea el ver a Dios cara a cara con toda su brillantes y magnificencia.

2) Consiste en renunciar a todo pecado. No es un verdadero penitente si se continua en el pecado, y Jesús no puede venir a un corazón apegado al mal. Porque donde hay una nula enmienda, hay una vana penitencia.

Renunciemos, pues, francamente a todos los pecados sin excepción, pero sobre todo a tal o tal pecado habitual que cometemos con más frecuencia y desde hace más tiempo. Además, renunciemos a la ocasión de pecado, porque como dice el libro del Eclesiástico III, 27: “El que ama el peligro, en el perecerá”.

3) Consiste en satisfacer a la justicia de Dios, aceptando de buena voluntad la vergüenza que lleva consigo la confesión sincera de los pecados al confesor, que ocupa el lugar de Nuestro Señor, y cumpliendo religiosamente la penitencia que él nos impone en nombre de Dios.

Pero debemos hacer algo más que esta penitencia sacramental, ya que ordinariamente suele ser ligera, por lo tanto, procuremos imponernos alguna obra de supererogación, que puede ser: alguna oración, limosna, ayuno u otra mortificación.

Por lo mismo, procuremos también, cumplir con más ardor nuestros deberes de estado; y aceptar generosamente las pruebas enviadas o permitidas por Dios, sean cuales fueren, para que hagamos como dice Nuestro Señor: “Dignos frutos de penitencia” (Lc., III, 8).

Es por eso que la Iglesia para absolver al penitente pide que haga obras buenas y se abstenga de las malas, ya que sin ello no hay remisión de los pecados.

CUALIDADES DE LA PENITENCIA.

1) Debe ser pronta, sin dilación, para apartar de nosotros lo más pronto posible los golpes de la justicia divina y recobrar la amistad de Dios. Por lo mismo es importante recordar lo que nos dice el Señor en S. Mateo III, 10: “Ya está puesta el hacha a la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego”.

Toda dilación es una injuria a Dios, un abuso de su bondad. Nada más funesto ni más peligroso, por otra parte, que diferir la penitencia o la conversión.

Primeramente, porque mientras por el pecado grave permanecemos enemigos de Dios y muertos a la gracia, nuestra vida es absolutamente estéril en méritos para el cielo, a pesar de las buenas obras que hagamos. Ahora bien, como dice en S. Mateo XXVI, 8: “¿Para qué tanto derroche?”

Y, además, porque retrasando la penitencia, difiriéndola sin cesar, nos exponemos a contraer el hábito de pecar, el cual conduce a la impenitencia final, o sea a la condenación.

¡Cuántos se pierden porque Dios, para castigarlos, les niega el tiempo y la gracia de volverse a Él! Por lo mismo debemos recordar al rey David que rogaba al Señor: “¡Oh Yave, Dios Nuestro! Tú los oías y fuiste con ellos indulgente, aunque castigaste sus pecados”. (Sal., 98, 8).

Veamos la penitencia del mismo rey David que reconoce sus culpas diciendo: “He pecado contra Yave” (II Sam., XII, 13) y se dispuso inmediatamente a hacer penitencia de sus pecados; La de San Pedro que sintió gran arrepentimiento y contrición por haber negado a Cristo que: “que lloro amargamente” (Lc., XXII, 62) el resto de su vida por ese pecado.

2) Sincera e íntegra; en otros términos: interior y del fondo del corazón, o sea que hagamos como dice San Pablo: “Renovaos en el espíritu de vuestra mente” (Efe., IV, 23).

Porque el corazón es el que ha pecado, es decir, odiado a Dios y amado el mal; el corazón es, pues, quien debe ser desgarrado por el dolor. Por esos dice Joel II, 13: “Rasgad vuestros corazones, no vuestras vestiduras, y convertíos a Yave, vuestro Dios”; y también dice algo parecido David en el Salmo 50, 19: “Un corazón contrito y humillado, ¡oh Dios! no lo desprecias”; es él quien convirtiéndose por la penitencia debe ahora odiar el mal y amar a Dios.

Pero no ha pecado sólo el corazón, también el cuerpo es culpable y ha sido cómplice suyo. Por lo mismo debe sufrir, pues, asimismo el castigo.

Por eso dice San Pablo: “Así como habéis empleado los miembros de vuestro cuerpo en servir a la impureza y a la injusticia para cometer la iniquidad; así ahora los empleéis en servir a la justicia para santificaros” (Rom., VI, 19).

Es decir, que debemos ser sobrios, evitando la pereza; más bien siendo trabajadores, cumpliendo fielmente nuestros deberes, orando, ayunando, dando limosna; mortificando nuestros sentidos, y llevando nuestra cruz de cada día, sin queja ni murmuración.

3) Eficaz y real, es decir, debe producir los frutos dignos que de ella cabe esperar. Ya que el pecado es un desorden; la penitencia debe, pues, restablecer el orden en nuestra alma. Por lo mismo, debe de transformar el corazón moviéndolo a menospreciar lo que había amado y a amar lo que había menospreciado.

Dicha penitencia, debe también, transformar las disposiciones del corazón, reformando las costumbres y procurando la santificación de la vida por la práctica de las virtudes. Debe transformar la vida entera. Y ser como dice San Pablo: “Una nueva criatura en Cristo” (II, Cor., V, 17). o sea, debe de haber en nosotros una ¡Renovación! Una verdadera ¡Conversión!

4) Acompañada de grandes sentimientos de humildad. Ya que sin humildad la penitencia se reduce a un acto hipocresía abominable, que Dios y los hombres detestan y que Nuestro Señor Jesucristo reprobó tantas veces y anatemizó en los fariseos.

¿Quién podrá llamar penitencia y mortificación verdadera a los ayunos de que de una manera altanera se gloriaba el fariseo delante de Dios, a su pretendida privación al dar a los pobres el diezmo de sus bienes?

Al contrario, es digno de admirar e imitar la penitencia humilde de María Magdalena, postrada a los pies del Salvador, bañándolos con sus lágrimas; la del hijo pródigo, confesando a su padre sus faltas y su triste degradación moral que le obligaba decir: “Padre he pecado, ya no soy digno ni siquiera de llamarme tu hijo (Lc., XV, 18-19); la del Buen Ladrón, que convirtió su suplicio en penitencia cristiana.

Admiremos también, la de San Agustín, a quien el recuerdo de sus extravíos arrancaba tan vivos acentos de arrepentimiento y de amor. La célebre frase de San Ambrosio a Teodosio, refiriéndose a rey David, debe de aplicarse a nosotros: “Que después de su extravió siguió en él, la penitencia”.

Por último. Pidamos a Dios la gracia de comprender la necesidad de la penitencia, y de practicarla toda nuestra vida. Porque realmente sería una pena, que la muerte nos encuentre sin haber expiado nuestros pecados. ¡Oh que será de nosotros en aquella hora!

Porque en ese instante ya no tendremos tiempo de hacer buenas obras. Así como decía San Pablo. Entonces no nos quedará más que orar al Señor como lo hizo el rey David en el Salmo 50, 3: “Apiádate de mí, ¡oh Dios! Según tu gran misericordia”

Gran parte de este escrito fue tomado del libro: “Archivo Homilético” de J. Thiriet – P. Pezzali.

Sinceramente en Cristo

Mons. Martín Dávila Gándara

Obispo en Misiones

Sus comentarios a obmdavila@yahoo.com.mx

 


Las Más Leídas