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El Abuso de la Gracia | Por Monseñor Martín Dávila

“Si conocieras tú, lo que vendrá en estos días” (Mt., XI. 42). ¿Quién podrá decir el amor de Jesucristo por el pueblo judío y por la ciudad de Jerusalén? ¡Cuántos beneficios, milagros, instrucciones, gracias de todo tipo! El desprecio, el abuso de tantas gracias, y la vista de los castigos que serían su consecuencia, fueron lo que provocaron las lágrimas de Nuestro Señor.

Por: Redacción 08 Agosto 2022 18 20

Pero también hoy existen numerosos católicos todavía más infieles y más ingratos que Jerusalén y, como esta ciudad culpable, no cesan de abusar de las gracias de Nuestro Señor y le hacen llorar.

¿Qué es abusar de la gracia?

Es convertirla en estéril, en inútil, por culpa nuestra, despreciándola y rehusando hacerle producir los frutos de salvación que se ha propuesto el Dios que nos la concede.

Este pecado puede cometerse de tres maneras:

1. Por una resistencia positiva. Oímos la voz de Dios que llama o amenaza, la de Jesús que llama a la puerta del corazón, la del espíritu Santo que nos inspira renunciar al pecado o practicar la virtud. Y en vez de escuchar esta voz y movernos a obrar. Nos resistimos o nos negamos a escucharla. “Ha renunciado a ser cuerdo y a obrar el bien” (Salmo XXXV, 4). Tenemos los ejemplos del Faraón, Sedecías, Judas. ¡Qué deplorable y funesta malicia!

2. Por desatención o ligereza. Estamos preocupados con las cosas exteriores, y las gracias de Dios pasan inadvertidas o despreciadas. Decimos: más tarde, como el procónsul Félix, el rey Agripa y los atenienses, conmovidos, pero no convertidos, por la fogosa elocuencia de San Pablo.

3. Por inconstancia, esto es, por falta de ánimo y de energía. Sentimos el impulso de la gracia, nos emocionamos en un retiro, en una comunión, en un sermón, comenzamos una vida más cristiana. Pero la voluntad se debilita poco a poco, se olvidan las resoluciones y promesas, las pasiones renuevan sus ataques. Y se vuelve a las recaídas lamentables. ¡Qué desgracia!

Cuán culpable es este abuso.

1. La gracia es un don de Dios, infinitamente precioso, preferible a todos los tesoros de la tierra. Es el precio de los trabajos, de los sufrimientos, de la sangre de Jesucristo. Es la llave del cielo, es el talento con el que compramos la vida eterna. Resistir a ella, abusar de ella, perderla, es hacer una injuria a Dios, es una especie de sacrilegio y de profanación.

Y lo mismo acontece en todas las demás gracias de Dios. “Quien menosprecia la ley de Moisés sin misericordia es condenado a muerte” “¿Cuánto mayor castigo no tendrá quien pisotea al Hijo de Dios y reputa por inmunda la sangre de su testamento, en el cual Él fue santificado, e insulta al Espíritu de la gracia?” (Heb., X, 28 y 29).

2. Además, la gracia de Dios nos es necesaria, indispensable para la salvación. Así como dice Cristo: “Sin mi nada podéis hacer” (Jn., XV, 5). abusar de ella, no es sólo una ingratitud e injuria para con Dios, tan bueno y tan generoso; es también hacerse a sí mismo un daño irreparable. Es una temeridad funesta, puesto que es exponerse a condenarse para toda la eternidad.

3. Contemos, si podemos, todas las gracias recibidas desde de nuestro bautismo. Contemos los medios de santificación que se nos han ofrecido desde la adolescencia hasta el momento presente.

¿No es verdad que, si nos hubiésemos aprovechado bien de ellas, seriamos ya santos dignos del cielo? Pero, por el contrario, ¡cuántas gracias perdidas por culpa nuestra!

¡Qué terribles cuentas tendremos que dar en el tribunal de Dios! “A quien mucho se da, mucho se le reclamará” (Luc., XII, 48).

Funestas consecuencias de este abuso

1. Siendo este abuso un pecado, siendo culpable a los ojos de Dios, merece castigo. Ejemplo del criado negligente, que no quiso hacer fructificar el talento del amo.

2. Nos priva de numerosos y precisos méritos, que hubiéramos podido adquirir aprovechando la gracia. “Conozco bien tus obras, más como eres frío ni caliente” (Apoc., III, 15).

3. Causa de insensibilidad espiritual. Ya nada nos emociona, ni nos conmueve, somos insensibles. La sagrada Comunión, las predicaciones, nos dejan fríos. “Mas, porque eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca” (Apoc., III, 16).

Después de la frialdad de corazón sobreviene la ceguera, el endurecimiento. “Endureció el Señor el corazón del Faraón” (Ex., X, 20). Veamos también, a Saúl, Salomón.

“¿Qué es un corazón endurecido? Pregunta San Bernardo. Y responde: Es el nuestro, si no temblamos al escuchar estas verdades”.

4. Además, Dios, viéndose despreciado y olvidado, retira sus gracias y nos abandona.

5. Conduce a la reprobación final. “Te llame y nos respondiste, por eso te despreciaré” (Prov., I, 24).

El terrible castigo de Jerusalén es figura del que está reservado a las almas que abusan que abusan de la gracia de Dios:

“¡Ay de ti, Corazeín; ay de ti, ¡Betsaida!, porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros hechos en ti, mucha a que en saco y ceniza hubieran hecho penitencia”. “Tiro y Sidón serán tratadas con menos rigor en el día del juicio” (Mt., XI, 21 y 22).

Estas terribles palabras, acaso, ¿no caen, con todo su peso, sobre una multitud de cristianos, más culpables que los paganos? O ¿sobre ustedes que me escuchan?

Por último. Humillémonos y pidamos perdón del abuso de tantas gracias. Demos gracias a Dios por no habernos todavía rechazado y castigado como lo habíamos merecido. Tomemos la resolución de ser más atentos y fieles desde ahora a la gracia divina.

Nos dice el Salmo 94, 8: “Este es el día de escuchar la voz de Dios, no endurezcan su corazón” y San Pablo también nos dice: “Te exhortamos que no desprecies las gracias recibidas de Dios” (II, Cor., VI, 1).

Gran parte de este escrito fue tomado del libro: “Archivo Homilético” de J. Thiriet – P. Pezzali.

Sinceramente en Cristo

Mons. Martín Dávila Gándara

Obispo en Misiones

Sus comentarios a obmdavila@yahoo.com.mx


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