El tiempo por Tutiempo.net
El tiempo por Tutiempo.net

La compasión de Cristo para con los pecadores | Mons. Martín Dávila

Nos dice el Evangelio de San Juan VI, 1-15), que hallándose nuestro divino Salvador sobre un monte con sus discípulos y con una multitud de casi cinco mil hombres que le habían seguido...

Por: Redacción 19 Marzo 2023 07 26

LA COMPASIÓN DE CRISTO PARA CON LOS PECADORES

“Haced sentar a estas gentes” (Jn., VI, 12)

Nos dice el Evangelio de San Juan VI, 1-15), que hallándose nuestro divino Salvador sobre un monte con sus discípulos y con una multitud de casi cinco mil hombres que le habían seguido, viendo los milagros que hacia con los enfermos, le preguntó a S. Felipe: ¿Dónde compraremos pan suficiente para que coman estos que nos acompañan? Felipe le respondió: Señor, para comprar tanto pan, no bastan doscientos denarios.

Entonces dijo S. Andrés: Aquí está un joven que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿de qué sirve esto para tanta gente? Sin embargo, Jesucristo dijo: Haced sentar estas gentes: y luego hizo repartir aquellos cinco panes y los dos peces, que no solo bastaron para que comieran, sino que recogieron después los fragmentos, y llenaron con ellos doce cestas.

Hizo el Señor este milagro movido de la compasión que tuvo de tantos pobres: pero mucho mayor es la compasión que tiene de los pobres de alma, cuales son los pecadores que se hallan privados de la gracia divina. Precisamente de esto va tratar este escrito, a saber: “La tierna compasión que tiene Cristo de los pecadores”.

1.- Movido Jesucristo de su grande compasión y misericordia hacia los hombres, que gemían tristemente bajo la esclavitud del pecado y del demonio, bajó del cielo a la tierra para redimirlos y salvarlos de la muerte eterna, a costa de su sangre y de su muerte.

Por esto cantó Zacarías padre de S. Juan Bautista hallándose en su casa la Virgen María: “Por las entrañas de misericordia de nuestro Dios, que ha hecho que este sol naciente ha venido a visitarnos de lo alto del cielo. (Luc., I, 78)

2.- Así declaró después Jesucristo, que él era aquel buen pastor que había venido a la tierra a dar la salud a su ovejas, que somos nosotros los hombres: “Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia”: (Jn., X, 10). Meditemos sobre la palabra abundancia, que quiere decir, que Jesucristo vino, no solamente a hacernos recobrar la vida perdida de la gracia, sino también a darnos otra mas abundante y mejor que la que perdimos por el pecado.

Esto fue, lo que hizo decir a S. León, que Jesucristo nos proporcionó mayores bienes con su muerte, que los males que había acarreado el demonio por medio del pecado. (Sermón I de Asc.) También S. Pablo dio a entender esto mismo claramente por estas palabras: “Cuanto más abundó el pecado, tanto más ha sobreabundado la gracia. (Rom., V, 20)

3.- Por eso es importante que consideremos; que Jesucristo una vez que tomó carne humana, una sola suplica suya bastaba y era suficiente para redimir a todos los hombres. Pero ¿Qué necesidad tenía, pues, de llevar una vida pobre y humilde por espacio de treinta y tres años, y de sufrir una muerte tan amarga y afrentosa en la cruz, derramando toda su sangre entre tormentos inauditos?

Jesucristo nos responderá, que Él Sabía que bastaba una gota de su sangre, una simple suplica para salvar al mundo; pero no bastaba para manifestar el amor que tiene a los hombres. Por eso Él ha querido padecer tanto y morir con una muerte tan atroz: para ser amado de los hombres después de que lo vieran muerto así por el amor que él les tenía. El buen pastor debe obrar de esta suerte, como dice Cristo: Yo soy el buen pastor; y el buen pastor sacrifica su vida por sus ovejas. (Jn., X, 11-15)

4.- ¿Y qué mayor señal de amor podía dar a los hombres el Hijo de Dios, que dar la vida por nosotros, que somos sus ovejas? Por eso dice S. Juan que: “hemos conocido el amor de Dios, en que dio el Señor su vida por nosotros” (Jn., III, 16). El mismo Salvador dice que: “nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos” (Jn., XV, 13).

Dice San Pablo, que Nuestro Señor, no solo dio la vida por sus amigos: “sino también por nosotros, que por nuestros pecados nos hemos convertido en sus enemigos” (Rom., V, 10). ¡Oh amor inmenso de nuestro Dios! Exclama San Bernardo: Para perdonar a los siervos, ni el Padre perdonó al Hijo, ni el Hijo se perdonó a sí mismo; sino que satisfizo con su muerte a la divina justicia por los pecados que nosotros habíamos cometido.

5.- Acercábase la gran época de la Pasión, cuando un día fue Jesucristo a Samaria; pero los samaritanos no quisieron recibirle; por lo que, volviéndose a Él Santiago y S. Juan, indignados contra los samaritanos por esta afrenta que acababan de hacer a su Maestro, le dijeron: “Señor, ¿quieres que mandemos que llueva fuego del cielo para castigar a estos temerarios? (Lc., IX, 54).

Pero Jesús que estaba lleno de dulzura y mansedumbre aun hacia aquellos que le despreciaban, les respondió diciendo: “No sabéis a que espíritu pertenecéis. El Hijo del hombre no ha venido para perder a los hombres, sino para salvarlos (Lc., IX, 55-56).

Como si dijera: Mi espíritu esta lleno de paciencia y de compasión hacia los pecadores; y cuando yo he venido a salvar a las almas y no a perderlas, ¡Ustedes me hablan de fuego de castigos y de venganza!

Por eso en otro lugar dice a sus discípulos: “Aprender de mí, que soy manso y humilde corazón” (Mt., XI, 29) Como si dijera: Yo no quiero que aprendan de mí a castigar sino a ser benignos y a sufrir y perdonar las injurias.

6.- Bien claramente manifestó la ternura que abrigaba a favor de los pecadores cuando dijo: “¿Quién hay de vosotros, que teniendo cien ovejas, y habiendo perdido una, no deje la noventa y nueve en la dehesa, y no vaya en busca de la que se perdió hasta encontrarla?” (Lc., XV, 4)

Y después añade: “Y hallándola se la pone sobre los hombros muy gozoso. y llegado a su casa, convoca a sus amigos y vecinos, diciéndoles: Regocijaos conmigo, porque he hallado la oveja mía, que se me había perdido. (Ibid)

Sobre esta parábola, exclamaba S. Alfonso Ma. De Ligorio: “Señor, esta alegría, no tanto debe ser tuya, cuanto de la oveja que ha encontrado en ti su pastor y su Dios”. En efecto dice Jesucristo: se alegra la oveja porque me encuentra a mí que soy su pastor; pero mucho más alegro yo en encontrar a la oveja perdida.

Por eso: “Os digo que a este modo habrá mas fiesta en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos, que no tienen necesidad de penitencia. (Ibid) Y ¿qué pecador habrá tan duro, que al oír esta parábola, y sabiendo el amor con que Jesucristo esta dispuesto a abrazarle y a ponérsele sobre sus hombros, cuando se arrepiente de sus pecados, no desee arrojarse a sus pies inmediatamente?

7.- Del mismo modo declaró el Señor su ternura y amor para con los pecadores arrepentidos, en la parábola del hijo pródigo que trae S. Lucas, XV, 12: Leemos allí, que no queriendo un joven estar mas tiempo sujeto a la patria potestad, para vivir a su antojo y entregado a los vicios, pidió la parte de hacienda que le correspondía.

El padre se la dio con dolor, lamentándose de su ruina, que previa. Partió el hijo de la casa paterna; y habiendo disipado toda su hacienda en muy poco tiempo, quedo reducido a una miseria tan horrible, que se vio obligado a cuidar cerdos para sustentarse.

Esta parábola es figura del pecador, que separándose de Dios y perdiendo la gracia divina, pierde todos los méritos interiores, y se ve obligado a llevar una vida miserable bajo la esclavitud del demonio.

Después dice S. Lucas, que viéndose aquel joven reducido a tan grande necesidad, se determino a volver a su padre; y el padre, que es figura de Jesucristo, viéndolo estando todavía lejos, y enterneciéndosele las entrañas. Por lo que en lugar de rechazarle, como merecía aquel hijo ingrato: fue corriendo a su encuentro, le echó los brazos al cuello, y le dio mil besos.

En seguida dijo a sus ciervos: presto, traed aquí luego el vestido más precioso que hay en casa, y ponédselo; vestido que significa la gracia divina que Dios restituye al pecador arrepentido cuando le perdona, como explican S. Jerónimo y S. Agustín.

Ponedle un anillo en el dedo, que quiere decir: ponedle el anillo de esposa; porque el alma vuelve a ser esposa de Cristo cuando recobra la gracia: y traed un ternero cebado, y matadle, y comamos, y celebremos un banquete. Este ternero cebado significa el sacrificio místico de Jesucristo Sacramentado, esto es la santa Comunión.

Ea, dice el padre: celebremos un banquete, y ante esto, podríamos preguntarle al Padre divino, pero ¿porqué tanta fiesta para la vuelta de un hijo que ha sido tan ingrato contigo? Porque este hijo mío, responde el Padre, estaba muerto, y ha resucitado: habíase perdido y ha sido hallado.

8.- Bien experimentó esta ternura de Jesucristo aquella mujer pecadora, que en opinión de S. Gregorio es Sta. María Magdalena, que fue un día a echarse a los pies de Jesucristo, como se lee en S. Lucas VII, 47: “y le lavó los pies con sus lágrimas; por lo que el Señor volviéndose a ella lleno de dulzura, la consoló diciendo: Te son perdonados tus pecados. Tu fe te ha salvado: vete en paz”.

También la experimentó aquel hombre, que treinta y ocho años hacia que se hallaba enfermo de cuerpo y alma: el Señor le sanó de sus males, y le perdonó sus pecados diciéndole: “Mira que has sido curado: no peques pues en adelante, para que no te suceda alguna cosa peor” (Jn., V, 5-14).

La experimentó igualmente aquel leproso que dijo a Jesucristo: “Señor, si tú quieres puedes limpiarme: y el Señor le respondió: Quiero; como si dijera: Para esto he descendido del cielo; esto es, para consolarles a todos: y al instante quedó limpio de su lepra” (Mt., VIII, 2).

9.- La experimentó asimismo la mujer adúltera que los Escribas y Fariseos presentaron a Jesucristo, diciéndole: “En la ley de Moisés está escrito, que las mujeres adúlteras deben ser apedreadas: ¿tú que dices a esto? (Jn., VIII, 5)

Esto lo dijeron, según escribe S. Juan, para obligarle a responder, y poder después acusarle de infractor de la ley, si respondía que debía quedar libre, o para hacerle perder la fama que había adquirido de ser un hombre indulgente, si respondía que debía ser apedreada comentaba S: Agustín (Tract. 33, in Joon)

Nuestro Señor en su respuesta a los judíos, ni dijo que si, ni que no: “Pero inclinándose hacia el suelo, con el dedo escribía en la tierra y les dijo: El que de vosotros se halle sin pecado, tire contra ella la primera piedra. Mas ellos según refiere el Evangelio, oída la respuesta, se descabulleron uno tras otro, y quedó allí sola la mujer.

A cual volviéndose Jesucristo le dijo: Mujer ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado? Y ella respondió: Ninguno Señor: Entonces Jesucristo compadecido le dijo: pues tampoco yo te condenaré; como si dijera: Animo puesto que ninguno te ha condenado, no pienses que he de condenarte yo, que no he venido al mundo a condenar a los pecadores, sino a perdonarlos y salvarlos: vete en paz y no peques más en adelante.

10.- En efecto, Jesucristo no vino a condenar a los pecadores, sino a librarlos del infierno siempre que quieran enmendarse. Y cuando los ve obstinados en su perdición, compadeciéndose de ellos, les dice por la boca de Ezequiel XVII, 31: Y ¿por qué habéis de morir, oh hijos de Israel?

Como si dijera: hijos míos, ¿por qué queréis morir, por qué queréis ir al infierno, si yo he bajado del cielo a librarles de la muerte con mi sangre? Y después añade con el mismo profeta: “Vosotros estáis ya muertos a la divina gracia; pero puesto yo no quiero vuestra muerte, convertíos a mí, y yo os restituiré la vida que habéis perdido”. (Ez., XVIII, 32)

Pero dirá el pecador que se encuentra oprimido con los pecados: y ¿quién sabe si Jesucristo me rechazará en vez perdonarme? Mas el mismo Cristo le responde por S. Juan: “Al que viniere a mí, no le despacharé” (Jn., VI, 37). Como si dijera: ninguno que viene a mí arrepentido de sus pecados, será desahuciado, aunque sus culpas sean muchas y enormes.

11.- Oigamos como Nuestro Redentor nos alienta a postrarnos a sus pies con segura esperanza de que seremos consolados y perdonados. “Venid, dice, a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré ” (Mt., XI, 28). Ya por boca de Isaías había dicho el Señor: “Venid y entendámonos, dice el Señor. Aunque vuestros pecados fueran como la grana, quedarán blancos como la nieve”, por medio de mi sangre, con la que quiero lavaros. (Isa., I, 18)

Por último.- Ea pues, pecadores, volvamos a Jesucristo, si acaso le hemos abandonado: volvamos antes que la muerte nos sorprenda en pecado y seamos condenados al infierno; porque entonces todas esas misericordias y favores de que el Señor usa con nosotros, serán otras tantas espadas que nos despezarán el corazón por toda la eternidad.

Sinceramente en Cristo

Mons. Martín Dávila Gándara

Obispo en Misiones

Sus comentarios a obmdavila@yahoo.com.mx

 


Las Más Leídas